sábado, 25 de agosto de 2012


EL MANGLE


                El mangle, es una planta hòspita, que crece  empinada, sobre  zancos con troncos leñosos y ramificaciones retorcidas, dibujando  parábolas  laberínticas de la álgebra baldoriana y tejiendo una maraña de juncos versátiles para refugiar a una  legión distinguida de huéspedes ansiosos de su seno generoso.


                  En la cima de sus ramas, se aglomeran como avisperos,  sus hojas rollizas,  curvadas, de colores olivo esperanza y amarillo llamarada,  quienes exudan gratificantes la sal del agua avinagrada, absorbida por sus raíces de los esteros, canales naturales  vivificantes donde confluyen en maridaje el mar y el río, quien recorre serpenteante y airoso sus dominios acarreando nutrientes, para toda la comunidad del ecosistema del manglar.




                     Su flor tiene cuatro pétalos de color blanco amarillento, sus frutos secos, pequeños, cilíndricos, son vainas con semillas donde se germina la nueva planta que, al caer al agua, navega sin rumbo y en vaivenes cual barquito de papel  o como hoja  abatida que se mece despreocupada en el aire, produciéndose una asombrosa simbiosis entre el manglar y la luna; ésta, fascinada seduce al mar se retire en aguaje y él, caballeroso acata   en torrentada,  desnudando el    pantano   para que el embrión se  afinque en el lodo, empezando el ciclo natural de la vida, convirtiendo esta  relación  en bellos gestos de  humanidad, solidaridad, nobleza  y grandeza.

                           El mangle, en multitudes se armoniza en manglares, cuya prestancia  escenifica luminosidades de matices quiméricos, fuentes de encantos inconmensurables, manantiales de acariciadoras fragancias, efigies cinceladas de preciosas esmeraldas de resplandores  intimidantes, lo que hace sospechar que tan preciados dones sean una ofrenda de los dioses. En el manglar  el cielo se comprime en una gota de agua atravesada por un haz de luz; el viento eufórico despliega sus alas, las agita, golpea sus ramas meciendo sus hojas instrumentando en ellas aleluyas de musicalidades acariciadoras. Trampolín cimbreante  de la perspicaz e  intrépida  tijereta  de  color negro  quien  haciendo  muecas  delicadísimas cortando el aire con su cola, cae al agua en picada mortal, con astucia felina atrapa una lisa con su pico y vuela, feliz, hacia el cielo. Paraje acrisolado en cuyas frondas gaviotas, guanayes, fragatas, piqueros, tijeretas, garzas, etc., enseñorean sus gráciles siluetas clamando al creador con   aleteos y gritos encolerizados  respeto a sus cuitas existenciales.

              

              En sus entrañas dadivosas se refugia el cocodrilo, otrora  “Rey del río  y del pantano”, quien con furia insurreccional destella desafiante sus dentículos  afilados y sus lomos  acerados  desafían al sol,  “fogonazo inmortal”, añorando con su última lágrima su pasado prolífico, hoy condenado a retozar en cautiverio por la crueldad del ser draconiano cuya alma está llena de estiércol.  Cueva de graciosos y ceñudos cangrejos, pedruscas y vigorizantes conchas negras, conchas rayadas, conchas patas de burro, almejas,  mejillones, caracoles, quienes filtran del fango el sumo excitante, para dar vida a la vida.


Cuentan  en secreto las voces porteñas, que cada cierto tiempo, cuando la noche extenuada cruza rauda el umbral hacia el día, llega a los esteros una sirena, tras una larga travesía  por los océanos,  a llorar  sus amores prohibidos, escuchándose en la inmensidad sus sollozos y cánticos delirantes  envolviendo al  santuario en un explosión  desenfrenada de  amor y sensualidad, que al irse por la madrugada queda todo en silencio y retratada en los manglares su  hermosura divina, y los matices coloridos   de su dulce y sopránica voz. Esta seducción angelical,     nos invita a meditar sobre la presencia de una mano superintelecta  que ha  mimetizado moléculas de la física, química y biología inmortalizando su vivir en una profecía  bellísima de música y poesía. Concluyendo, que siendo el manglar una    “Obra Maestra” bosquejada en finísimo lienzo,   perdurará a través de los siglos  aunque  el viento jadee y amenace expirar, el mar se ahogue, el  sol tirite de frío, o se marchiten las estrellas; aunque el eje de la tierra se quiebre en mil pedazos y las horas divaguen perturbadas, o se rebele el más insensato pensamiento maquiavélico del hombre, porque su vivir es  aliento, gala, floritura, devaneo, frescura, oasis, es la felicidad eterna reivindicada por la contundencia de su apoteósica existencia.

Autor: David Torres Celi

 

                
                   
                    
                          
              
             




                                            





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