EL MANGLE
El mangle, es una planta
hòspita, que crece empinada, sobre zancos con troncos leñosos y ramificaciones
retorcidas, dibujando parábolas laberínticas de la álgebra baldoriana y
tejiendo una maraña de juncos versátiles para refugiar a una legión distinguida de huéspedes ansiosos de
su seno generoso.
En la cima de sus ramas, se aglomeran como
avisperos, sus hojas rollizas, curvadas, de colores olivo esperanza y
amarillo llamarada, quienes exudan
gratificantes la sal del agua avinagrada, absorbida por sus raíces de los
esteros, canales naturales vivificantes
donde confluyen en maridaje el mar y el río, quien recorre serpenteante y
airoso sus dominios acarreando nutrientes, para toda la comunidad del ecosistema
del manglar.
Su flor tiene cuatro
pétalos de color blanco amarillento, sus frutos secos, pequeños, cilíndricos,
son vainas con semillas donde se germina la nueva planta que, al caer al agua,
navega sin rumbo y en vaivenes cual barquito de papel o como hoja
abatida que se mece despreocupada en el aire, produciéndose una
asombrosa simbiosis entre el manglar y la luna; ésta, fascinada seduce al mar
se retire en aguaje y él, caballeroso acata en torrentada, desnudando el pantano para que el embrión se afinque en el lodo, empezando el ciclo
natural de la vida, convirtiendo esta
relación en bellos gestos de humanidad, solidaridad, nobleza y grandeza.
El mangle, en
multitudes se armoniza en manglares, cuya prestancia escenifica luminosidades de matices
quiméricos, fuentes de encantos inconmensurables, manantiales de acariciadoras
fragancias, efigies cinceladas de preciosas esmeraldas de resplandores intimidantes, lo que hace sospechar que tan preciados
dones sean una ofrenda de los dioses. En el manglar el cielo se comprime en una gota de
agua atravesada por un haz de luz; el viento eufórico despliega sus alas, las
agita, golpea sus ramas meciendo sus hojas instrumentando en ellas aleluyas de
musicalidades acariciadoras. Trampolín cimbreante de la perspicaz e intrépida tijereta de color negro
quien haciendo muecas delicadísimas
cortando el aire con su cola, cae al agua en picada mortal, con astucia felina
atrapa una lisa con su pico y vuela, feliz, hacia el cielo. Paraje acrisolado
en cuyas frondas gaviotas, guanayes, fragatas, piqueros, tijeretas, garzas,
etc., enseñorean sus gráciles siluetas clamando al creador con aleteos y gritos encolerizados respeto a sus cuitas existenciales.
En sus entrañas dadivosas se
refugia el cocodrilo, otrora “Rey del
río y del pantano”, quien con furia
insurreccional destella desafiante sus dentículos afilados y sus lomos acerados
desafían al sol, “fogonazo
inmortal”, añorando con su última lágrima su pasado prolífico, hoy condenado a
retozar en cautiverio por la crueldad del ser draconiano cuya alma está llena
de estiércol. Cueva de graciosos y
ceñudos cangrejos, pedruscas y vigorizantes conchas negras, conchas rayadas,
conchas patas de burro, almejas,
mejillones, caracoles, quienes filtran del fango el sumo excitante, para
dar vida a la vida.
Cuentan en secreto las voces porteñas, que cada
cierto tiempo, cuando la noche extenuada cruza rauda el umbral hacia el día,
llega a los esteros una sirena, tras una larga travesía por los océanos, a llorar
sus amores prohibidos, escuchándose en la inmensidad sus sollozos y
cánticos delirantes envolviendo al santuario en un explosión desenfrenada de amor y sensualidad, que al irse por la madrugada
queda todo en silencio y retratada en los manglares su hermosura divina, y los matices coloridos de su dulce y sopránica voz. Esta seducción
angelical, nos invita a meditar sobre la presencia de una
mano superintelecta que ha mimetizado moléculas de la física, química y
biología inmortalizando su vivir en una profecía bellísima de música y poesía. Concluyendo,
que siendo el manglar una “Obra Maestra” bosquejada en finísimo
lienzo, perdurará a través de los
siglos aunque el viento jadee y amenace expirar, el mar se
ahogue, el sol tirite de frío, o se
marchiten las estrellas; aunque el eje de la tierra se quiebre en mil pedazos y
las horas divaguen perturbadas, o se rebele el más insensato pensamiento
maquiavélico del hombre, porque su vivir es aliento, gala, floritura, devaneo, frescura,
oasis, es la felicidad eterna reivindicada por la contundencia de su apoteósica
existencia.
Autor: David Torres Celi
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario