*EL CHARÁN
Y LOS ZORROS
(Cuento Ecológico)
Autor: David Torres Celi
Cierto día andaban por el campo la familia zorro.
Estaban casados, hambrientos y sedientos, miraban y olfateaban alguna
presa, pero no lograban atrapar a nadie.
Caminaban, moviéndose de un lugar a otro, cayendo sobre sus lomos, los
rayos inclementes del sol abrasador.
- ¡Qué hambre – dijo mamá zorra.
- ¡Qué calor – exclamó el hijo.
El papá zorro aconsejó:
- ¡Sentémonos a descansar. Así lo hicieron, cobijándose bajo la sombra
de un charán.
Un silencio angustiante se apoderó de los zorros.
Al verlos preocupados les preguntó el charán:
- ¿Qué les sucede amigos?
- Tenemos hambre y sed – contestaron el unísono.
- ¡Pero que contrariedad. Pudiendo caminar, saltar y correr pasan este
mal momento.
El zorro más joven interrogó:
¿Y usted no tiene sed? ¿Por qué no busca alimentos como nosotros?
- Si miras a mi alrededor – contesto el charán – observarás mis hermanos
– hualtacos, algarrobos, sapotes, cardos, ceibos…, quienes al igual que yo
pueden moverse.
- Entonces, ¿Cómo se alimentan? - replicó de inmediato el mozuelo.
- Nosotros fabricamos nuestros alimentos. Por la raíz tomamos el agua y
las sustancias minerales del suelo. Con la ayuda del sol, el aire y nuestras
hojas fabricamos la sabia que nos sirve para creer sanos y fuerte. También
elaboramos frutos y semillas para otros seres vivos.
Asimismo, servimos de hogar a muchas animalitos como aves e insectos.
Los zorros impresionados, gritaron:
- ¿Danos agua, por favor?
- El charán respondió: - Yo no les puedo dar agua, pero si van por aquel
camino de la derecha llegarán a una charca llena de agua y peces, donde podrán
beber y comer a su gusto.
- ¡Gracias, señor charán!
- ¡Adiós, sabio amigo!
Los zorros agradecidos se marcharon dejando atrás aquel noble y acogedor
árbol, donde los comejenes y chilalos viven bajo una colosal armadura hecha de
barro y paja, capaz de resistir las lluvias más fieras, tórtolas; putillas,
picaflores… abusan de mansedumbre, construyendo sus nidos donde abrigan con
maternal cariño al fruto de sus amores fortuitos, las avispas mecen en lo alto
de su copa sus temidos panales y en donde las abejas aprovechan de su plácida
vejez para fabricar en su tronco su apetitosa y sabrosísima miel.
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